Archivo diario: enero 20, 2011

Aquí y allí, el don de la ubicuidad

¡No sabéis lo que me pasó ayer! Bueno, algunos sí, pero no importa: os lo cuento al resto. Resulta que mi amiga Irene, la de las fotos chulas, vuelve a Alemania el sábado que viene para seguir con su Erasmus, por lo que ayer hizo su cena de despedida. También en casa de Maribel y Alberto, que sin duda se ha convertido en nuestro punto de encuentro particular.

Huelga decir que me hubiera encantado estar allí con ellos, pero también huelga decir que eso era imposible. ¿O no? Sí y no. Con matices. Cuando estaban a punto de empezar a cenar y de darle sus regalitos a la homenajeada se conectaron a Skype y me llamaron para que participara en la fiesta. ¡Desde Roma!

Y participé, claro: estuve como media hora hablando con ellos, con todos, y viéndoles (a veces un poco pixelados). Escuchándoles también, aunque la verdad es que muchas veces hablaban a la vez y no entendía nada. Pero no me importó. Estaba allí, sólo que a 2005 kilómetros, según Google Maps.

El resto del día tampoco estuvo mal: hice un par de noticias de fútbol y luego fui al Parlamento italiano para grabar a decenas de personas que protestaban contra Berlusconi (noticia) por su presunta implicación en el ‘caso Ruby’. Allí me encontré a una asociación de derechos humanos que pedía su dimisión y de forma totalmente improvisada -tanto que iba sin micro- le hice un par de preguntas para completar las imágenes de recurso con algún total (vídeo).

Hoy también he salido, pero para hacer una entrevista al escritor Federico Moccia. Sí, me he tenido que leer su último libro y sí, he sobrevivido a su sobredosis de amor y romanticismo. Pero eso no tiene mérito si lo comparamos con que sí, ¡he sobrevivido a mi primera entrevista en italiano! Y eso que el día ha empezado movidito…

Me he levantado con tiempo de sobra, tanto que hasta me he planchado el pelo. Pero, como suele pasar, cuando he bajado estaba lloviendo. Adiós a mi pelo y adiós a mi autobús, que se ha ido delante de mis narices. Cuando por fin ha llegado otro y estaba a salvo de la lluvia, el autobús se he pasado veinte minutos de reloj parado. Sin moverse nada. Por la lluvia, claro. Y luego os extrañáis de que no me guste. Ya no podía más y, por descontado, ya no iba tan bien de tiempo. ¿Por qué siempre me pasa lo mismo?

El caso es que me he acercado al conductor y le he dicho: scusi, può aprire la porta? Y él, sin mirarme si quiera, ha pulsado un botón y hemos bajado un montón de gente que, como yo, hemos tenido que cambiar el bus por el metro. Cuando he llegado al hotel -Dios sabe cómo lo he encontrado- faltaban cinco minutos para la hora que habíamos acordado, estaba empapada y el pelo… ¡mejor no hablamos más del pelo!

Pero estaba preparada. Me he sentado y hemos empezado a charlar. Es majo y habla normal, quiero decir, que no es tan empalagoso como en los libros. En un momento de la entrevista, en el que me quería explicar que las protagonistas de sus obras eran diferentes y que evolucionaban, me ha dicho: «es como lo que ha pasado contigo ahora, que yo te veo en un momento determinado, en el que eres una mujer segura -¿ein?-, que sabe hacer preguntas y que no se emociona (¿quería que me tirase a sus brazos o algo?)».

«Pero tú has vivido ya muchas cosas -ha proseguido- y hace diez años, cuando escribieras tu primer artículo serías más insegura, más débil, totalmente distinta». Y a mí me han dado ganas de decirle: mira, guapo, hace diez años yo era como Carolina, la quinceañera de tu última novela, pero un poco menos tonta. Pero me he callado, primero por educación y segundo porque, bien pensado, creo que tendría esa edad la primera vez que escribí en la revista de fútbol de mi equipo, el FSF Alcorcón.

En fin, que ha sido un buen día. Y una buena semana. Aunque me había hecho ilusiones de que hubiera cambio de planes y Rafa viniera mañana, pero no ha podido ser. No pasa nada, en una semana está aquí. Yo le espero. A él y a todas las cosas nuevas que tenga que hacer en esta etapa profesional que acaba de empezar.

 

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