Lección (vital) aprendida

Voy con retraso, como de costumbre en este blog. Pero no importa. Quiero hablaros de la Beatificación de Juan Pablo II, un hecho histórico que se celebró hace más de un mes en Roma [concretamente el 1 de mayo] y que llevaba preparándose aquí desde principios de año.

No importa si eres una persona religiosa o no, si la Iglesia es tu amiga o tu enemiga. En estos casos, todo eso da igual. Porque aunque sea la Santa Sede quien organice el evento y sea un homenaje a un expontífice, es la gente la quien realmente da sentido a la ceremonia. Al menos, esa fue mi impresión durante aquellos siete días, en los que aprendí muchas cosas, entre ellas una lección (vital).

Hablo de una semana porque, aunque es verdad que la propia Beatificación duró un par de horas de ese domingo, la Ciudad Eterna bullía desde el lunes anterior, con las calles llenas de souvenirs papales y carteles con Woytjla sujetando a un niño en cada esquina y en cada parada de metro o autobús [vídeo Efe].

También había libros, postales, exposiciones dedicadas al polaco y puestos ambulantes del Ayuntamiento de Roma repartiendo mapas de la ciudad y ofreciendo información de los principales monumentos en varios idiomas. ¡Ah! Y kioskos improvisados para comprar sellos con el rostro de Juan Pablo II grabado.

Hasta el sábado 30 de abril, cuando se celebró la Vigilia en el Circo Massimo [vídeo Efe], yo pensaba que todas esas cosas formaban parte de un circo más turístico que religioso. Después, todo cambió. Me di cuenta de que la gente que había viajado a Roma realmente porque querían estar junto a Juan Pablo II ese día, mostrarle su apoyo.

¿Por qué? Las razones dependían de la persona entrevista pero, en general, la mayoría destacaban su buena relación con los jóvenes, su lucha contra el comunismo y su carácter cercano. Además de las visitas al Cono Sur en el caso de los latinoamericanos.

Yo, que no recuerdo mucho de este papa y no termino de entender sus logros, resumiría el sentir popular en dos palabras: admiración y devoción.

Son dos términos que me gustan, sobre todo, porque son conocidos y compartidos por todos. Cada uno de nosotros tiene, al menos, a una persona que admira profundamente y otra(s) por la(s) que siente devoción. Como son sentimientos, pueden ser irracionales e incomprendidos por los demás.

No obstante, está claro que por esas personas, cualquiera sería capaz de hacer cualquier cosa, hasta realizar un viaje de doce horas en silla de ruedas, pagar trescientos euros por una noche de hotel o dormir tres días lluviosos en un campo lleno de barro y arena. Yo, al menos, lo haría, ¿vosotros no?

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Raramente en Roma… pasan cosas normales

Ayer, mientras estaba en el curso de italiano al que me apunté hace ya más de un mes, la profesora me pidió que dijese cuál era el adverbio de «raro» y que, después, tratara de utilizarlo en una frase cotidiana. En apenas unos segundos, se me vino a la cabeza la frase idónea: «Raramente è venerdí a Roma e non c’e lo sciopero», o lo que es lo mismo: «Raramente es viernes en Roma y no hay huelga».

No exagero. Por lo menos una vez al mes, los trabajadores del sector del transporte público se ponen en huelga. Y lo hacen juntos y sin apenas servicios mínimos. Eso quiere decir que todas las estaciones de metro cierran sus puertas (literal) y que los autobuses dejan de pasar cada quince minutos (teóricos) para hacerlo cada hora u hora y media. Eso, claro está, con suerte.

Las huelgas de transporte en Roma son, como os podéis imaginar, toda una aventura. Sobre todo porque no se avisan públicamente. O sea, sí, se emite un comunicado en la página web oficial de ATAC, pero los medios, como están tan acostumbrados a los parones, ni siquiera se hacen eco.

Descubres la protesta laboral en la parada de turno, cuando ves que pasan los minutos y las horas, pero no hay rastro de autobuses. También te das cuenta de que hay más personas esperando que «di solito» y algunas empiezan a hablar de la palabra clave: «lo sciopero».

Raramente va a acompañada de «parolacce» -«puta huelga», «mierda de Gobierno» y esas cosas- como ocurre en España. Ni siquiera ponen mala cara. Los romanos lo asumen. Resignados. Porque los italianos son así: se exaltan mucho con el fútbol, pero están tan acostumbrados al mal funcionamiento de los servicios municipales, regionales y gubernamentales que nada les sorprende.

Sinceramente, me parece una pena. No sólo porque uno se quede mucho más a gusto expresando su frustación con otros, sino porque su resignación hace que se conformen con cualquier cosa y que esta ciudad no avance. Igual por eso la llaman la Ciudad Eterna. Porque aquí, a veces, parece que estamos en la Prehistoria.

Hoy es viernes y, por supuesto, hay huelga. Por suerte sólo la han hecho los maquinistas de la línea A de metro y me he ahorrado una caminata de 5 kilómetros para llegar al trabajo. Sin embargo, el mal humor de los viernes por la mañana me ha acompañado también hoy. Menos mal que me espera Florencia y dicen que raramente decepciona.

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¿Historias de principiantes o anécdotas para los nietos?

Llevo demasiado tiempo sin actualizar el blog y, la verdad, no sé muy bien cómo debería empezar esta entrada. Para evitar liarme pidiendo disculpas y exponiendo justificaciones, iré al grano: la Embajada de España en Roma es increíble. Me ha impresionado muchísimo, aunque mi primer contacto con ella haya sido un tanto accidentado.

Antes de explicaros lo que tuve que hacer allí, dejadme que aclare que este edificio no es el que está en Plaza de España (aquella embajada es la de España ante la Santa Sede), sino que se levanta en lo alto de una pequeña colina de Roma. Desde allí, hay unas vistas estupendas de toda la ciudad. Incluso diría que es el mejor mirador de la capital italiana.

Por dentro, tampoco defrauda: techos altísimos, pasillos muy largos, amplias estancias llenas de luz y suelos de mármol, además de una terraza enorme, con sillas y bancos para disfrutar del tiempo primaveral que nos acompaña estos días. Un pequeño paraíso.

Descubrí todo esto antes de ayer, cuando Miguel Ángel Moratinos presentó ante los periodistas españoles su candidatura para director general de la FAO, que tiene su sede en Roma. Fui con la camarita porque mi cometido del día era grabar la entrevista con él. De hecho, la idea era ir, preguntar, grabar y marchar. Pero, como suele ocurrir, la cosa terminó complicándose.

No quiero aburriros, así que resumo lo acontecido: por la mañana llego a la redacción en vaqueros, camiseta de sport y chaqueta de punto. Pasadas unas horas, me entero de que tengo que cubrir este evento, al que la gente con la que voy va en traje (y corbata en el caso de los hombres). Pánico. Me tranquilizan: voy, hago las preguntas y me marcho.

Llega la hora. Me quedo con la boca abierta por la belleza del edificio y el lujo de las habitaciones. Saludo al embajador sin saber que es el embajador con un «Hola, ¿qué tal? Encantada». Me entero de que es el embajador. Pánico.

Miro alrededor y todos van de punta en blanco. Pánico. Me retiro a un rincón y empiezo a montar la cámara. Viene el de prensa de la embajada y me dice que la entrevista tiene que ser después de comer, que me tengo que quedar. Ataque de pánico.

Saludo a Moratinos, en este caso sabiendo que es Moratinos.  ¡Menos mal! Me siento en una mesa lujosa y empiezo a comer (¡por lo menos sentada no se me ven los vaqueros anchos y desgastados!). Hago la entrevista y me vuelvo con mis compañeros a la redacción.

Monto el vídeo, escribo una noticia sobre Maradona y me marcho con un sentimiento agridulce: feliz por haber descubierto un rincón magnífico de Roma, triste por no haberlo visitado como debiera.

Eso sí, la lección está aprendida: a la beatificación de Juan Pablo II iré cómoda, pero más o menos elegante. Y, claro está, con los hombros tapados. No quiero volver a llamar la atención. Y menos por no cumplir el protocolo. ¿Errores de principiante o historias que contar a mis nietos?

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La «nonna» italiana

Mucho había oído hablar de la «mamma» italiana antes de venir a Roma. De su preocupación constante, su continua insistencia, su frenética actividad, su carácter acaparador y, sobre todo, su importancia dentro de la familia, cuya estructura es fundamentalmente matriarcal.

No sabía nada, en cambio, de «nonna» italiana, es decir de la «mamma» de la «mamma» o del «padre». Vamos, la abuela. Por convenciones sociales, imagino, sólo había conocido a una de estas señoras en diciembre de 2009, cuando vine a Roma por primera vez y me alojé con mi amiga Annalisa.

La verdad es que no recuerdo mucho de su abuela [debe ser que por entonces no tenía los ojos tan abiertos como ahora], así que podría decirse que el otro día, de una manera un tanto surrealista, tuve la suerte de descubrir por primera vez a alguien con este parentesco familiar en Italia.

Fue hace un par de semanas, cuando volvía a casa después de trabajar, cargada de bolsas, empapada porque llovía y con el dolor de espalda habitual. Nada más cerrar la puerta de mi casa -y pensar ¡hogar, dulce hogar!- llamaron al timbre.

Al principio maldije, no nos vamos a engañar, a quien no me había dejado ni soltar las bolsas en la cocina. Después, dije: «Chi è?» Y nadie contestó. Y yo, claro está, no abrí. Y ella volvió a llamar. Y yo volví a preguntar. Y, entonces, sí me contestó: «Soy la Signora -digamos, por ejemplo- Pescantina, la vecina de al lado. Abre».   Lo dijo con determinación y yo, con resignación, solté las bolsas en el pasillo, abrí y sonreí.

Con más determinación aún, la mujer de setenta y muchos años me cogió del brazo y me dijo: «Ven, que tienes que arreglarme la tele. ¿El chico no está? Oye, coge las llaves, que si no luego no puedes entrar». Y yo, por partes y agradablemente sorprendida por su energía, le contesté: «Un segundo. No, el chico está trabajando, llevo las llaves».

Y mi vecina, la «nonna», se paró un momento y sin soltarme de brazo me preguntó: «Ah, ¿eres la chica francesa?», a lo que yo dije «No, Annabelle se fue ya, yo soy española, llevo desde principios de año». Y entonces, como es común aquí entre españoles e italianos, se creó cierta complicidad entre nosotras.

«España, tiene que ser precioso. Mi hija ha estado allí varias veces, luego viene y te lo cuenta, que va a venir. Pero arréglame la televisión, que ¿qué hago yo sin televisión? Vivo sola. Cuidado, ten cuidado, que es que mi casa es muy pequeña y tengo la cama aquí, que duermo mejor. Ah, esta es mi amiga fulanita. Fulanita, ésta es una chica española que vive aquí al lado y que nos va a arreglar la tele».

Le arreglé, no sé muy bien cómo la verdad. Y entonces me dio varias veces las gracias, me abrazó y me dio un beso. Yo, que lo paso fatal a la hora de hacer muestras de cariño en público a cualquiera que no sea mi novio o un niño/a, no paraba de decir «prego» y «niente» mientras ella, como si me conociera de toda la vida, se mostraba todavía más cariñosa y me apretaba el brazo.

Después vino la hija, que me miró raro, o sea normal porque querría saber qué hacía una extraña en casa de su madre. La mujer se lo explicó y hablamos de España. Tras unos minutos de charla, dije que me iba y la «nonna» me esperó en el pasillo y me dio, como una abuela que quiere satisfacer un capricho de su nieto sin que los padres se enteren, un cacho de bizcocho casero con pepitas de chocolate. Riquísimo, claro. Y artesanal.

Entré en casa un poco aturdida y descolocada, pero con una sonrisa en la boca y un bollo en la mano: sentí que habían sido las primeras muestras de cariño en Roma después de unas semanas un poco complicadas. O las primeras desde que llegué. Cámo no, venían de una «nonna». No era la mía, pero daba igual porque surtían el mismo efecto reconfortante. ¿Será porque las abuelas son abuelas siempre y, en cierta medida, cuidan de todos?

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Vivir el momento (justo)

Se viven tiempos convulsos en el mundo árabe y también en Italia. Los escándalos sexuales que rodean al primer ministro, Silvio Berlusconi, afectan a todo el país, incluidos los periodistas extranjeros (aunque sean becarios). Probablemente no pase nada, obtenga la inmunidad parlamentaria, agote su mandato y descanse tranquilamente en alguna de sus mansiones. Eso si no sale reelegido en 2013… Pero algunos no podemos evitar frotarnos las manos pensando en los próximos meses.

Porque vivir en Italia ha cambiado muchas cosas de mi día a día, pero una sigue siendo igual de impaciente que siempre, con sus listas, sus planes y sus fantasías en torno a lo que vendrá. Por suerte, este blog me ayuda a centrarme en el presente y a reflexionar sobre él. Aunque hoy, todo hay que decirlo, prefiero hablar del pasado. Más concretamente del domingo pasado.

Ese día tuve la grandísima oportunidad de acudir a una manifestación histórica en Roma, la de las mujeres italianas que por fin salieron a calle para protestar por la imagen que se está dando de ellas. Están hartas, no de Berlusconi, sino del machismo y el paternalismo que promueve con sus discursos y sus bacanales. Porque Italia -no es un tópico- es muy machista. Además en esa variante que a mí, personalmente, me revuelve el estómago: el proteccionismo del macho a la hembra.

Se me está viniendo a la cabeza una escena que viví y que igual os puede ayudar a haceros una idea. Hace unas semanas iba paseando con una amiga por la Via Appia cuando, en un paso de cebra, nos paramos a esperar que el semáforo se pusiera en verde.

Una pareja joven, un chico y una chica, también esperaban. Cuando no venía ningún coche, el chico tomó a la chica de la mano e hizo amago de cruzar. La chica, con cierta noñería, le dijo: «No». El joven, entusiasmado, le contestó: «Tranquila amor mío, no tengas miedo. Conmigo no te va a pasar nada. Yo te protejo». Y cruzaron. Obviamente, no todas las parejas son así. Pero sí se respira ese tufillo en el ambiente. Y Berlusconi lo fomenta como el que más.

Pero volvamos a la Piazza del Popolo (Plaza del Pueblo), donde cientos de miles de mujeres, acompañadas de hombres y niños, se concentaron hace una semana para decir «basta». Es histórico porque, como digo, en la vida política italiana las mujeres no tienen demasiada presencia.

Y allí estaba yo con mi 1,55, mi camarita en la mano y mi  trípode a la espalda. Rodeada. Aprisionada. Grabé como pude algunos carteles, pancartas y pegatinas. También a grupos de mujeres gritando. Y decidí que si quería conseguir algún plano general debía subir a una pequeña «colina» que hay al lado de la plaza. Tarde media hora, pero subí. Grabé entre cabezas, con zoom y sin zoom. Y después bajé de nuevo porque el evento había comenzado.

Muchas mujeres subieron a un escenario a leer su propia experiencia: madres con hijos, madres solteras, jóvenes sin trabajo… Oía todo, pero no veía nada. Así que vi a dos periodistas y les seguí. Había un espacio reservado a la prensa, pero Efe no estaba acreditado. Aquí no es como en España, no te abren las puertas por llevar un micrófono azul y blanco. Pero me colé.

Saqué el micrófono para aumentar mi credibilidad y me dispuse a entrar detrás de las vallas. Me preguntaron por mi acreditación y les dije que se me había caído. Que era de una  agencia española. Me dijeron que esperara, que iba a ver si me podían dar otra. Y esperé. Pero hasta que se dio media vuelta para entrar y perderme entre las cámaras y las grabadoras.

Nadie me buscó y yo me hice la tonta. Desde allí vi todo mucho mejor y, por tanto, pude grabar más cosas. Además, aprendí mucho. Mucho más que cualquier otro día. De periodismo y también de reacciones humanas. De solidaridad. De fuerza. Me fui emocionada, aún sigo emocionada.

Y no pude evitar pensar en Laura, en lo que debió sentir durante los días que vivió junto a los egipcios su revolución. Y también en lo que debe estar pensando ahora, desde Barcelona. Desde aquí quiero desearte mucha suerte. Ojalá puedas volver pronto. Ojalá. Magari. In sha’a Allah.

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Un buen día… en Roma

Hoy he terminado de leer «Il cacciatore di aquiloni», es decir, «Cometas en el cielo». Me ha gustado muchísimo, ¿qué digo muchísimo?, ¡me ha encantado! Y creo que no soy la única porque, en estas dos semanas que he estado con él día y noche, me han parado tres mujeres en el autobús para decirme: «bello, eh?», a lo que yo he respondido: «bellisimo». Después -las tres veces- hemos comenzado a hablar del segundo libro de Hosseini, «Mil soles espléndidos, y de Afganistán… O sea, que el libro levanta pasiones, aunque también es verdad que a los italianos les encanta entablar conversación con cualquier excusa.

He leído las últimas páginas en la Feltrineli, de la que ya os he hablado antes. Os recuerdo que es como la Fnac de España y que la visito demasiado a menudo. Encima mi compañera Carmen me enseñó el otro día que en el piso de arriba hay una cafetería muy chula, así que… os podéis imaginar.

Para que os hagáis una idea: en una semana han caído tres libros y dos capuchinos. Mal vamos así… ¡Pero es que comprar libros me pone de muy buen humor! En serio, es como una terapia. ¡Por eso hoy estoy tan contenta! He comprado dos… Al menos son en italiano y me ayudan a aprenderlo… ¿no?

También estoy contenta por otras cosas: Marta viene en unas horas desde España y hoy me ha pasado algo increíble. Supuestamente, al menos en Roma, tenemos que hacer dos vídeos a la semana, así que estoy pendiente de exposiciones chulas y originales para proponer cubrirlas.

La semana pasada vi que ayer jueves se inauguraba una muestra dedicada al amor y la pasión (muy italiano) con casi setenta artistas internacionales [noticia]. Iba a haber ido ayer, pero me coincidía con una exposición de Caravaggio [noticia]… y está claro quién fue el sacrificado.

Hoy, sin embargo, me he pasado por allí. Antes de nada he llamado porque el horario de visita era de 17 a 19. Me han dicho que estaba cerrado, pero cuando les he contado que era de una agencia española y que quería hacer un vídeo… ¡todo ha cambiado! Ya sabéis, el poder de las cámaras.

Mientras hablaba con la comisaria por teléfono me ha preguntado: «¿Cuánto tengo que pagarte?» Y yo, pensando que le había entendido mal, le he dicho: «¿Qué?» Y ella me ha contestado: «Obviamente, es un vídeo y yo pago…». «No, no, no debe pagar nada. Cuando esté montado le envío el link y así puede verlo cuando quiera». «¿Seguro?» «Sí, sí, seguro. Nos vemos ahora».

He llegado con tiempo suficiente, aunque para variar me he perdido. Menos mal que ya me conozco y lo tengo todo previsto… Bueno, la mujer muy maja y uno de los artistas, que también estaba allí, también. Nos hemos reído un montón grabando los cuadros porque, como no había nadie, el chico ha tenido que poner de su parte… Ya me entendéis. ¡Hasta he salido yo! De espaldas, claro.

Cuando ya me iba, Ilaria me ha dicho: «Por tu gentileza es justo que te regale mi cuadro». Y yo: «Que no, de verdad, que no hace falta, que es mi trabajo». «No, no, te regalo mi cuadro, que se llama ‘La belleza y la mujer'». «Gracias, de verdad, no hace falta. Es precioso».Y me he ido con el cuadro, que ya está colocado en mi habitación y ya tiene sitio buscado en mi nueva casa, en Madrid.

De verdad, me ha hecho una ilusión… Tener un original de un artista desconocido y dedicado… ¡Me parece increíble! Igual os parece una tontería, pero para mí será un recuerdo muy especial. De Roma y de la exposición. Y de la comisaria, claro, que como imagináis también es pintora. En abril, la exposición vuelve a Roma y probablemente en el futuro llegue a España. Pero, ya lo sabéis, al menos lo hará con un cuadro menos: el mío. Bueno, el nuestro.

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El poder de las cámaras

Las cámaras no entienden de idiomas. O mejor dicho: hablan un idioma universal. Por eso, estés donde estés, si llevas una videocámara en la mano llamas la atención de la gente. Sobre todo, si además de la cámara llevas un trípode y un micrófono que te identifican como periodista. Entonces, en Roma o en Madrid, todo el mundo te mira, te sonríe y casi siempre es más amable de lo habitual.

Lo comprobé, una vez más, el viernes pasado. Fui a una exposición que se llamaba «Il falso non ha senso», o lo que es lo mismo: «Lo falso no tiene sentido», y me puse manos a la obra. Eso significa sacar el trípode de su funda, abrir las patas, colocar cuidadosamente la cámara -muy cuidadosamente porque el trípode es muy inestable- y, para qué nos vamos a engañar: dejar tirado en el suelo el bolso, la bolsa con el micrófono, el abrigo, la bufanda… Porque en estos sitios siempre hace calor, mucho calor.

Grabas unos planos generales, unos medios, unos cortos… varios te miran y fastidian el plano, otros disimulan y te adornan la imagen, y algunos, incluso, hacen lo que les dices. -Mira, perdona, ¿puedes coger el folleto de la exhibición? Sí, así, no, mejor un poco a la izquierda. Así, perfecto, gracias.- Y luego parece que todo es natural… Pero no. Todos los que han tenido que grabar alguna vez saben que no.

El otro día pasó todo esto, aunque había mucha gente y no tuve que «colocar» a nadie. Yo estaba encantada con la exposición y, mientras grababa una miniatura de un Lamborghini, aparecieron un chico y una chica a mi espalda. Les dije «prego, prego», en este caso para que pasaran sin problemas, pero ellos me explicaron que eran del Ministerio de Desarrollo Económico y que venían a hacerme una visita guiada.

¡Vale! Después me gestionaron una entrevista con la directora de Comunicación de este Ministerio -aunque me obligaron a hacerla en un lugar con muy poca luz- y me dieron como treinta veces las gracias. Y yo, claro, salí encantada. Primero porque la idea de hacer una exposición de «originales» para luchar contra las falsificaciones [noticia] me parece muy buena y, segundo, porque cuando propuse cubrir el evento no contaba con poder aportar un total. ¡Y menos con alguien del Ministerio de Desarrollo Económico!

Hoy he vuelto a salir con la cámara. Dos veces, además. Y le estoy cogiendo el gusto, vamos, que me encanta. He ido a la «Social Media Week» [noticia], un festival de Internet un poco aburrido (vídeo) -o eso me ha parecido- y luego en busca de estatuas que llevasen carteles al cuello criticando a Berlusconi [noticia].  ¡Muy curioso!

Al margen de estas cosas del trabajo que os cuento, tengo algunas cosillas que deciros. En primer lugar, que el viernes volví a ir a cine italiano. Y volví a ver una comedia. O sea, una película que en España nunca hubiera elegido, ya que siempre veo suspense, acción o drama. Pero me reí y, lo más importante, entendí todo. O casi todo, ya me entendéis.

El domingo conocí un bar chulísimo, sobre todo para aquellos enamorados de la cerveza. Hay muchísimos tipos distintos de «birra» y también sirven cosas para picar, entre otras cosas la mozarella de bufala con jamón serrano. Riquísima. Además, el ambiente es muy acogedor. Pensé en ir con Marta allí el fin de semana, pero la verdad es que prefiero que pruebe el aperitivo italiano. Así la obligo a volver.

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De desconfianzas y errores

En Italia no te puedes fiar de nada. Al menos, informativamente hablando. De lo que dicen los medios a lo que realmente es muchas veces hay un trecho demasiado grande. Entre otras cosas, porque nuestro entrecomillado y el suyo no tienen nada que ver.

En la prensa escrita española -y sobre todo en Efe- lo que va entre comillas son aquellas frases que se han dicho tal cual. O, en su defecto, que han sufrido ligeras modificaciones porque el emisor en cuestión no se maneja muy bien con su lengua natal y comete errores garrafales hablando. En Italia no, ni se toman tantas molestias como nosotros, ni son tan fieles a la realidad. Lo que va entre comillas no tiene por qué haberse dicho literalmente así. Sobre todo en la prensa deportiva.

De hecho, muchas de las declaraciones que aparecen en los subtítulos de las noticias no se desarrollan en el cuerpo del artículo. En todo caso el periodista pasa por encima de la idea, lo que se traduce en que la frase entre comillas no está extraída de ninguna intervención del protagonista, sino que pertenece a la propia cosecha del profesional de la información. O lo que sea.

Por eso, cuando ayer llegó un teletipo de una de las agencias de noticias italianas sobre una rueda de prensa en la que yo también había estado, me eché a temblar. Aunque tengo que reconocer que en este caso, lejos de confundirme, me ayudó a centrar mis ideas.

Porque el desmadre típico italiano también afecta a la información y a las agencias de comunicación. Al llegar a la rueda de prensa, que por cierto hablaba de los secretos de La Gioconda, me dieron un dossier con varios comunicados dentro. Dos de ellos los utilicé para hacer una crónica de radio que me habían pedido para antes de la 13.30, ya que apenas tenía tiempo para buscar entre mis notas y mis grabaciones.

Ilusa de mí, me fié de la labor de la agencia de comunicación en cuestión. Craso error. La nota de prensa decía que en las pupilas de la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci se habían hallado dos iniciales -la L y la S- y que una de ellas pertenecía al propio Leonardo y la otra a una mujer de la familia Sforza, de Milán.

Una vez pasada la crónica de radio, llega la nota de Agi, la agencia italiana: se han hallado dos inciales, bien, la L y la S, bien, que pertenecen a la florentina Lisa Gherardini y al supuesto amante de Da Vinci, «El Salai», maaaaal. Me puse blanca. Pero entonces miré en mis notas -en las que había muchas veces anotado el nombre de Salai, sus rasgos y sus semejanzas con La Gioconda- y escuché de nuevo el fragmento del investigador. Justo: ¡Las iniciales eran de Lisa y del amante!

Una cagada muy grande, sí. Pero os juro que es que el investigador habló de pasada sobre las iniciales -3 minutos- y centró su discurso en unos numeritos -una hora y media más o menos-, el 7 y el 2, que se habían encontrado bajo un arco del puente. Sobre lo que yo centré mi atención en la crónica. ¡Y menos mal!

Igualmente me molestó muchísimo no haberme enterado de ese detalle, aunque los medios españoles que estaban allí tampoco tiraron por ese tema. Yo, para la pieza escrita, sí. Y gustó. Hasta el punto de que me lo publicaron varios periódicos importantes, como el ABC y el que más ilusión me ha hecho: El País, cuyo link ahora mismo está roto 😦

La próxima vez sólo me fiaré de mis apuntes y de mis grabaciones, nada más. Y si tienen que esperarse los de las radios que se esperen. Que aquí es mejor no fiarse de nada. ¡Ah! Es que no os lo he dicho: los comunicados eran antiguos. Los sacaron hace un par de semanas, cuando la investigación todavía no estaba concluida. Pero claro, ¿para qué van a poner la fecha? También entono el MEA CULPA y digo que a partir de ahora prestaré más atención. Aunque el evento dure tres horas y mi amigo Abraham diga que sólo se puede estar atento durante 40 minutos.

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De Las Vegas a Roma…

Hace un año estaba en Las Vegas. No recuerdo si en la limusina escuchando a Lady Gaga, en el Chiplote comiéndome uno de esos tacos enormes que tanto le gustaban a Luis o en una de las habitaciones simulando… ¡una fiesta! Privada, claro.También puede ser que estuviéramos con Ramona, aunque creo que eso fue más adelante, la última noche antes de ir a Los Ángeles. No estoy segura.

Fuese donde fuese, seguro que lo estaba pasando bien. Pero no puedo ponerme melancólica. Estoy en Roma y, aunque no estén conmigo ciertos personajes, es otra experiencia más, con la que también estoy disfrutando. Sobre todo este fin de semana, que ha venido Rafa y hemos hecho un montón de cosas.

La Ciudad Eterna ofrece muchas opciones y nosotros hemos querido probar muchas de ellas: desde el turismo más típico y monumental hasta el gastronómico (incluido el que dicen que es el mejor tiramusú de Roma), pasando por los escondites reservados a los residentes. ¡Y todo eso en sólo dos días! Ahora empieza una nueva cuenta atrás…

En cuanto a mis aventuras profesionales, el otro día me pasó algo estupendo: tuve que ir a la inauguración de «La Casa de las Vestales» [noticia], que había permanecido cerrada durante los últimos veinte años por trabajos de remodelación.

Está situada en los foros romanos y hasta allí fui yo, con camarita de vídeo, camarita de fotos, trípode y libreta. También con miedo de que no me dejaran pasar, pues no tengo ningún carnet de prensa que me acredite. Igual porque tengo cara de buena persona -y acento español-, o bien porque parecía la mujer orquesta con tanto accesorio, cuando dije: «Sono Sara Rojas, della Agenzia de stampa spagnola Efe» me creyeron.

¡Qué bonitos son los foros! Rafa dice que no están bien conservados y que sería mejor que hubiese reconstrucciones para saber exactamente cómo vivían los romanos, pero a mí me gustan así. Pero no nos desviemos: entré con el numeroso grupo de periodistas que había acudido al evento y grabé todo tipo de planos: generales, medios, detalle, panorámicos… [vídeo] Vamos, que estoy poniendo en práctica todo lo aprendido en la otra carrera, la de Comunicación Audiovisual, y que yo pensaba que no iba a necesitar nunca.

También con la cámara he tenido la oportunidad de visitar una original exposición del cineasta Federico Fellini, al que también le gustaba mucho dibujar. La galería de arte era una pasada, pequeñita, pero muy chula. Me gustó mucho.

Y me hizo mucha ilusión que la crónica me la publicó El Mundo, con nombre y todo [noticia]. Porque es verdad que La Vanguardia ya hizo lo mismo con la entrevista a Moccia, pero… ¡no me supo igual de bien! Será que en esta pieza trabajé mucho… pero mucho, mucho… Os dejo el vídeo para que le echéis un vistazo, a ver si os gusta.

Esta semana que empieza mañana también se preveía movidita. Pensaba que tendría que cubrir el evento de alta costura AltaRomaAltaModa, que comenzó ayer [noticia]. Pero, al parecer, no quieren acreditarnos -vaya usted a saber por qué- y me voy a quedar con las ganas. Yo y los españoles y los latinoamericanos interesados en este festival.

Bueno, no importa, en Roma no te aburres nunca. Y menos ahora que Berlusconi está dando tanto que hablar. Sobre él y la situación política italiana escribo en el otro blog, donde el otro día ya expliqué la última metida de pata de Il Cavaliere. ¿O creíais que mi interés por la Política se había perdido al aterrizar?

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¡Está decidido!

El mes que viene me compro el abono normal. Seguro que gano en salud y sólo pierdo 12 euros, así que está decidido. No me intentéis persuadir diciendo que en Roma casi no pasan revisores y que cuando lo hacen siempre puedo hacerme la sueca. Que no, que yo no valgo, ni para hacerme la sueca, ni la italiana, ni la española. Ni para dar una dirección falsa.

Sólo sirvo para ir intranquila todo el trayecto, mirando por la ventanilla en busca de tres personas vestidas de azul y en cuyo abrigo ponga «Atac».  Y habrá pocos, pero yo veo cada día por lo menos siete. En mi imaginación, claro. En fin, que vivo con el miedo en el cuerpo y eso no es vida.

Al margen del susto que me he llevado hoy con este tema, que me he puesto a temblar y todo cuando un buen hombre ha subido al autobús vestido de azul, con algo ilegible en su chaqueta y un sombrero así como de revisor -pero que no era-, lo demás todo bien.

El fin de semana ha sido muy productivo en cuanto a mi conversión romana se refiere, aunque prácticamente nulo en el turismo cultural propiamente dicho. Esto significa, en resumen, que no he visto ningún monumento nuevo.

Sin embargo, el viernes me tomé el primer aperitivo italiano -que os avanzo que se toma antes de cenar-; el sábado fui a un centro comercial, a una pizzería napolitana y a un pub precioso -pero que pone unas copas malísimas-; y el domingo volví a la cafetería «carina» -por bonita, no por cara, aunque también- y he ido por primera vez al cine italiano.

Pero vamos por partes. El aperitivo romano, como os decía, se toma antes de cenar o para cenar, pero en todo caso entre las 7 y las 9 de la tarde-noche. Y no se parece mucho al de España. Aquí también vas a un bar, pero cuando pides una cerveza no te ponen ninguna tapa. Tampoco la cerveza te cuesta dos euros, sino seis, siete u ocho. Pero, antes de que os llevéis las manos a la cabeza, dejadme proseguir: con la consumición puedes comer todo lo que quieras de unos platos que tienen dentro.

Normalmente hay pasta, cuscus, arroz… pero depende bastante del sitio. Donde yo estuve -me llevo Carmen, una chica de la agencia- había canapés variados, muy ricos todos. Y me encantó la experiencia, claro. Este fin de semana repito seguro, sólo que además estará Rafa. Estupendo.

También es probable que vuelva -más pronto que tarde- a una pizzería que elabora productos típicamente napolitanos y que se llama «Anni 50». ¡Qué comida tan rica, de verdad! Fuimos Annalisa, Sara y yo. Llegamos sobre las diez y pico, o sea muy tarde para Italia, así que estábamos muertas de hambre (yo es que ya he cambiado el chip).

Pedimos de todo para compartir: pan relleno de tomate, croquetas de arroz, verdura rebozada, jamón serrano… y ¡mozarella de búfala! -en serio, increíble-, además de tres pizzas diferentes (una capricciosa, una margarita y un vesubio). Obviamente, no pudimos con todo, pero… mereció la pena. Y la mozarella de búfala, de verdad… increíble. Para finalizar, un café italiano (es decir, pequeño pero matón) y un chupito de crema de limoncello. ¡Buenísimo todo!

De ahí al pub. Un sitio precioso, con ruinas de la muralla romana al lado, un paseo de madera con velas, estufas de gas para estar calentito en la terraza… PERO con unas copas malísimas. Tan malas que pedimos tres cosas distintas, dimos tres sorbos y las dejamos ahí. Unas porque sabían a colonia -la mía entre ellas, que se suponía que debía ser un mojito- y la otra a medicina.

¡Y el domingo fui al cine! Mi primera vez en Roma, que suena como el título de la película, pero que no lo es. En realidad se llamaba «Immaturi» y era una comedia romántica muy americana, sólo que con actores y director italiano. Me divertí mucho, aunque al más gracioso no le entendía algunas cosas… ¡es que hablaba romano!, o eso me dijeron al salir.

Como no creo que la lleven a España, os cuento: va de un grupo de amigos del colegio -varios graciosos, uno muy muy gracioso y otro muy muy muy muy guaperas- a los que, después de veinte años, les invalidan el examen de madurez, que viene a ser algo así como a nuestra selectividad. Y tienen que volver a hacerla, con lo que tienen que volver a verse, con lo que tienen que recordar vivencias que tuvieron juntos, con lo que descubren que de lo que esperaban ser hay poco… y así. Como es italiana, el amor está muy presente, claro. Porque aquí la gente se quiere mucho. Pero mucho, mucho.

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